En una democracia el diálogo es un método para construir acuerdos. En contraste, en un régimen autoritario no hay diálogo, hay monólogos. El tirano solo se escucha a sí mismo.

Si no hay diálogo entre los actores políticos de los distintos partidos y niveles de gobierno ¿cómo pueden conocerse, comprenderse, sentir empatía y servir a la sociedad por encima de intereses de grupo o ideologías?

La ausencia de diálogo aísla, radicaliza y confronta a la clase política y al final quienes sufren las consecuencias son los ciudadanos porque la ausencia de acuerdos propicia gobiernos de baja calidad. El diálogo como forma de hacer política puede derivar en la construcción de una agenda de trabajo en la que todos coincidan por encima de coyunturas políticas.

Por eso creo que la reunión que los once gobernadores del PRI sostuvieron con el presidente de la república el pasado 27 de enero es una buena noticia. (Solo falto, por motivos de salud, Claudia Pavlovich, gobernadora de Sonora).

A más de un año de las elecciones presidenciales que colocaron a López Obrador en la Silla del Águila hay un ambiente político de crispación debido a que AMLO y los distintos actores políticos han privilegiado la confrontación. No obstante esta realidad pudiera cambiar ya que nuestros gobernantes finalmente han entendido que el diálogo entre contrarios es un medio para canalizar racionalmente la pluralidad política y también una forma de producir decisiones políticamente significativas y consensuadas.

Los representantes populares no deberían practicar la política como sinónimo de guerra permanente. Hay tiempos de confrontación y contraste de ofertas políticas (las campañas), pero luego, cuando el pueblo ya ha decidido con su voto quien debe gobernar debe abrirse un periodo para construir las soluciones que se ofrecieron a la sociedad en las contiendas electorales.

Son tantos los problemas y necesidades de la población que no hay poder o capacidad que se concentren en un solo individuo para solucionarlos. Debe haber colaboración, coordinación y compromiso entre los distintos órdenes de gobierno para “construir la felicidad del pueblo” (AMLO Dixit).

Opino que el primer mandatario aun cuando cuenta con una fuerte legitimidad y apoyo de la sociedad para impulsar su agenda de cambios no debe gobernar en solitario y en permanente confrontación. Ser depositario de ese inmenso poder no significa que sea dueño de la verdad o que tenga permiso para menospreciar a las minorías. En una democracia como la nuestra los derechos de las minorías están garantizados por la Constitución. Quienes resisten, se oponen o critican no deben ser considerados como enemigos a los que hay que aniquilar. Eso es intolerancia y autoritarismo.

El presidente López Obrador se asume como un demócrata y ha decidido actuar en consecuencia: Por eso al anunciar que se estará reuniendo con todos los actores políticos, independientemente de su filiación partidista ha dicho: “Me gustaría no sólo ser jefe de Estado, me gustaría ser jefe de la Nación. Voy hablar con todos, recibir a todos, tener comunicación con organizaciones sociales y políticas. Hoy mismo me voy a reunir con gobernadores del PRI, vamos a comer con gobernadores del PRI; el jueves (30 de enero) voy a desayunar con senadores de Morena y del PT y de otros partidos. Y la semana que viene voy a comer con gobernadores del PAN para mantener comunicación y buenas relaciones”.

Aplaudimos que se esté inaugurando una etapa de diálogo y acuerdos entre el presidente de la república y las distintas fuerzas políticas que gobiernan los 32 estados del país.

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