Bautista Sanjurjo.
Vía: Infobae.
La ruptura de una amistad puede desencadenar en el cerebro una reacción similar a la que se produce ante una amenaza física. Segúnexplicó a Verywell Mind la neuróloga Lisa Shulman, cuando el trauma emocional supera cierto umbral, la amígdala —región cerebral encargada de evaluar los peligros del entorno— activa una alarma interna: “La amígdala detecta la amenaza. Cuando el trauma emocional alcanza un umbral, la amígdala ‘hace sonar la alarma’, lo que desencadena una cascada de neurotransmisores y hormonas para preparar al cuerpo para defenderse”, afirmó Shulman.
Esta respuesta revela que la pérdida de un amigo cercano no solo afecta el estado de ánimo, sino que también altera procesos neurobiológicos fundamentales.
El análisis de Verywell Mind sostiene que la pérdida de una amistad íntima desencadena reacciones cerebrales comparables a las ocasionadas por una ruptura amorosa o un duelo, con consecuencias que pueden modificar, durante mucho tiempo, la manera en que la persona se relaciona consigo misma y con los demás.
El caso de Doménica y Emma, citado en el artículo, ilustra la magnitud de este fenómeno. Tras años de convivencia y apoyo mutuo en Nueva York, su vínculo desapareció justo cuando Doménica enfrentaba una separación sentimental. El vacío resultó abrumador: “Pasamos de hablar casi todos los días a un silencio absoluto, justo cuando más necesitaba su apoyo. Fue una de las experiencias más difíciles de asimilar”, relató Doménica. Este testimonio refleja una realidad extendida: hasta el 70% de las amistades cercanas desaparecen después de siete años. Una encuesta de 2023 citada por Verywell Mind indica que dos tercios de los estadounidenses han puesto fin a una amistad en algún momento de su vida.
El impacto de perder una amistad aparece en varios planos. Primero, la reacción cerebral inmediata implica la desregulación de neurotransmisores clave. La psiquiatra Sharon Batista explica que la serotonina, la dopamina y la noradrenalina —todas fundamentales para el equilibrio emocional— pueden alterarse tras la ruptura. La reducción de serotonina puede causar cambios emocionales; la disminución de dopamina se vincula con la incapacidad de sentir placer, y el aumento de noradrenalina eleva la ansiedad durante el proceso de duelo.
Con el paso del tiempo, la memoria emocional puede superar a la racional. La doctora Shulman señala que los recuerdos relacionados con la pérdida sensibilizan el cerebro emocional, debilitando la capacidad de la corteza cerebral para interpretar la experiencia de forma lógica. Así surgen la ansiedad, la depresión o las alteraciones del sueño, cuando los estímulos del entorno reactivan el dolor de la ausencia.
En el aspecto psicológico, la ruptura de una amistad suele generar lo que los especialistas definen como “duelo ambiguo”. La psicóloga clínica Sabrina Romanoff y la psicoterapeuta Stevie Blum coinciden en que perder a un amigo cercano puede asemejarse al duelo por una muerte. Blum lo describe como “el dolor de lamentar la pérdida de alguien que sigue existiendo, pero que ya no forma parte de tu vida como antes”. Esta ambigüedad impide obtener un cierre emocional y genera confusión sobre las causas de la separación.
El vacío que deja una amistad también puede provocar sentimientos de rechazo, dudas sobre el propio valor y soledad. Romanoff señala que las amistades satisfacen necesidades esenciales de pertenencia y apego; por ello, su pérdida puede conducir a baja autoestima y crisis de identidad social. Batista añade que, junto con la tristeza y la ira, pueden desarrollarse síntomas depresivos y ansiosos.
En determinadas situaciones, la ruptura genera una respuesta de temor. Blum advierte que, según cómo haya ocurrido la separación, la persona puede desarrollar miedo a establecer relaciones nuevas o a sufrir más decepciones. Romanoff considera que este mecanismo de autoprotección puede conducir al aislamiento social como forma de evitar el dolor emocional.
La diferencia entre perder un amigo y una pareja romántica, desde la perspectiva cerebral, radica en el significado personal de la relación. Shulman recalca que la intensidad y la naturaleza del vínculo definen el alcance de la pérdida, más allá de la etiqueta.
Para afrontar la ruptura de una amistad, los expertos consultados por Verywell Mind proponen varias estrategias. Primero, recomiendan permitir el duelo y reconocer la importancia de la pérdida. Romanoff aconseja tratar el final de la amistad como cualquier otro acontecimiento emocional significativo: “Permítete lamentar los recuerdos compartidos, la conexión y el papel que esa persona tuvo en tu vida”, indicó Romanoff.
Otra sugerencia es evitar buscar responsables. Blum invita a aceptar que la dinámica ya no funciona, en lugar de atribuir culpas, y sugiere no reescribir la historia: “Puedes conservar los recuerdos positivos y, al mismo tiempo, reconocer las razones por las que terminó la relación”, expresó Blum.
Pasada la fase inicial de duelo, resulta útil analizar objetivamente las causas de la ruptura. Romanoff recomienda identificar patrones relacionales que funcionaron y aquellos que no, lo que facilita el crecimiento personal y la definición de límites más sanos para futuras amistades.
Establecer propósitos claros en nuevas relaciones contribuye al proceso de recuperación. Romanoff propone reflexionar sobre los valores y expectativas buscados en una amistad, para orientar la formación de lazos más satisfactorios.
Por último, los especialistas remarcan la importancia de reconstruir la red de apoyo social. Blum aconseja no relegar las relaciones presentes por la pérdida sufrida. Batista añade que afianzar vínculos existentes y crear nuevas conexiones ayuda a disminuir la soledad y restaurar la seguridad emocional, como plantea la teoría del apego, según Romanoff.
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